miércoles, 5 de febrero de 2025

Sobreponerse al odio

El odio, como la tristeza, es malo de por sí.
No lo queremos; hay que prevenirlo; hay que curarlo, si es posible; hay que combatirlo, si es preciso. Sin embargo está ahí, cuestionando, reclamando, denunciando algo; una ofensa, una falta, una violencia.   


El odio, que es malo, también puede ser justo. El que odia, a menudo, pugna por resistir desesperadamente, por no transigir con una ofensa que exige reparación. Refuta la infamia y, obstinado, señala a su enemigo. Se niega a zanjar una deuda pendiente, y en ese empeño podría adentrarse por las brumas cáusticas del resentimiento; o enfrenta una amenaza insidiosa, y entonces es un rebelde. 

El que odia siempre tiene sus razones, pero podría preguntarse si tiene razón. Le convendría cuestionárselo insistentemente, porque las desesperaciones son ciegas. Debería preguntárselo, sobre todo, antes de dar rienda suelta a su ira, porque la violencia, una vez desatada, se nutre de sí misma y puede aplastar a todos: a inocentes que se cruzan, a uno mismo. 

Rechazamos el odio porque su misión es destruir, y pretendemos construir. Estamos de parte de las personas, del derecho, del pacto, del pulso civilizado. Preferimos sustituir el odio por lucha lúcida y bienhechora. Hace falta valor para sobreponerse al odio. No siempre es posible, pero siempre vale la pena intentarlo. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario