La gratitud sugiere que la relación humana se basa en el intercambio, y que llevamos esa ley de la interacción en la sangre.
Recibir, contra lo que pueda parecer, es una situación de debilidad: el poder está en dar. Una desproporción entre ambos sentidos pide una restitución: por eso, recibir más de lo que damos nos incomoda. Hay un equilibrio roto a favor del otro.
La gratitud evoca, por tanto, un reconocimiento de deuda, la confirmación de un pago pendiente. La gratitud ansía compensar, es en sí misma una compensación simbólica. Asume haber rebasado la equidad en el contrato, y certifica una deuda que podrá ser saldada en el futuro. Es un compromiso de fidelidad al benefactor. Tiene algo de alegría y algo de aprieto.
Los regalos son instrumentos materiales de la gratitud: la fundan y la saldan. Los regalos son operaciones complejísimas. Un regalo puede predisponer a la benevolencia o someter; en dirección contraria, puede resolver una deuda y liberar de una obligación.
A veces, el favor recibido ha sido de tanto valor que a uno le parece imposible compensarlo. En tal caso, quizá se opte por la entrega y la amistad. ¿Por el amor? ¿Será el amor, que es el mayor don, que es el mayor tesoro, una deuda que nos vincula tan fuertemente porque es imposible de restituir?
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