Siempre estamos aspirando a más y mejor, y hacemos bien: la vida quiere crecer y prosperar, ese es su gozo y su modo de medrar.
La vida no puede detenerse, o se caería. Sin embargo, hasta el universo tiene límites en su expansión. Crecer tiene que ser una alegría: cuando se convierte en un sufrimiento, tal vez no estemos pretendiendo lo adecuado. Nuestro proyecto personal tiene que ser ambicioso, pero realista.
Hay cosas que no seremos nunca, y otras que seguiremos siendo por mucho que nos empeñemos en lo contrario. Quizá no podemos cambiarlas. Quizá no queremos. Quizá no podemos porque no queremos. Uno se mira a sí mismo y hace una lista de defectos: ingenuo, pardillo, temeroso, ansioso… Preferiríamos apartar todo eso de un manotazo, y quedarnos solo con lo bueno. Sin embargo, ¿quién nos asegura que entonces nos alcanzaría con lo bueno, y no pretenderíamos lo mejor? ¿Y si lo bueno estuviera enredado en lo que rechazamos, de modos que no podemos comprender? ¿Qué quedaría de nosotros en los páramos de lo perfecto? ¿Vale la pena el precio que pagamos por ganar?
Para Séneca, lo principal era la moral y la serenidad interior. Al forzarnos perdemos la serenidad y faltamos a la moral con nosotros mismos. Hay quien goza de su imperfección: de ese hay que aprender.
No hay comentarios:
Publicar un comentario