miércoles, 23 de abril de 2025

Peras al olmo

¿Cuántas veces perdemos el ánimo y la salud insistiendo por caminos imposibles?
¿Cuántas nos obstinamos en algo que no nos sale, en alguien que no nos quiere, simplemente porque nos hemos obcecado en ese deseo como si no hubiera otro, en lugar de guardar nuestras fuerzas para la tierra fértil?  

La energía y la entereza escasean: no es poco talento reservarlas para lo que merece la pena. ¿Seguiremos dándonos cabezazos contra la puerta atrancada, en lugar de asomarnos a esa otra que se entreabre al lado? ¿No vale más lograr una pequeña victoria que fracasar en una guerra de titanes? 

La sabiduría popular nos lo aconseja: no pidas peras al olmo. Ese refrán recuerda aquella parábola clásica de las llaves perdidas de noche: nos reímos del que las busca donde hay luz, y no donde se le habían caído, sin pensar en cuántas veces hacemos nosotros lo mismo. Los estoicos nos repetían que nos preocupáramos por lo que está en nuestra mano cambiar: lo demás no debería perturbarnos. 

¿Estamos, pues, condenados a la resignación? Ni mucho menos: estamos invitados a la lucidez, a la inteligencia, al trabajo paciente y sensato. A veces hasta lo imposible se conmueve y deja el portón sin echar la aldaba; pero hay postigos cerrados a cal y canto. Cada cual juega con las cartas que le caen: gana quien aprovecha las que tiene. 

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