sábado, 3 de mayo de 2025

En el principio fue la emoción

A pesar de la confusión que caracteriza a nuestros tiempos hipermodernos ―como los llama Lipovetsky―, hay una tendencia bastante reciente en la que hemos acertado de lleno, y que reaviva la esperanza de que estemos gestando un futuro mejor: nos hemos empezado a tomar en serio las emociones.     

La razón nos ha llevado lejos, y es de esperar que aún nos impulse más, pero ya hemos comprobado sus limitaciones. Por sí sola, la razón podría deshumanizarnos: lo vimos en episodios tan pavorosos como la guillotina del Terror francés, o los campos de exterminio nazis. El algoritmo racional requiere el criterio de los valores éticos, los principios virtuosos, que se sostienen en los sentimientos; básicamente, en el amor. 

El hecho es que, sin el discernimiento de las emociones, la razón no sabe decidir. Se pierde en la ramificación del análisis, incapaz de llegar a ninguna conclusión. Del otro lado, parece que casi todo lo que hacemos obedece a un sustrato emocional, a menudo inconsciente, y que solemos utilizar la razón para justificar a posteriori esos impulsos que nos mueven. 

Las emociones están detrás de lo más luminoso y lo más oscuro de la vida humana. Hay que contar con ellas, hay que descifrarlas y educarlas hasta donde nos sea posible. También disfrutarlas… y sufrirlas.

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