sábado, 17 de mayo de 2025

La medida certera

La indignación nos mueve a poner límites a lo inaceptable, a lo indigno o contrario a dignidad.
La indignación nos defiende y alienta a defendernos. Pero al mismo tiempo nos altera, nos roba la serenidad, incluso puede llegar a ofuscarnos. 

Lo mismo pasa con las preocupaciones: en su tarea anticipadora, nos preparan ante la probabilidad de lo funesto, son aliados con impulsan a maniobrar y, con suerte y acierto, prevenir un problema. Sin embargo, para los ansiosos, ellas mismas se convierten en el problema, exagerando las amenazas con su escándalo. 

Tal vez la sabiduría se resuma en darle a cada cosa su medida adecuada. Así lo pensaba Aristóteles, que tenía a la prudencia, la phrónesis, por virtud principal, al menos en lo que concierne al logro de la vida fructífera, la eudemonía. El que vive alarmado se agita entre los turbulentos empellones del miedo. Y quien trata a todos como a enemigos no logra una vida más segura, sino más acerba. Ese sería un extremo. Hacia el otro estaría la ataraxia de los epicúreos y los estoicos: la impasibilidad ante todos los aspectos malos de la vida; engarzados con ellos, podrían ir los buenos. Para disfrutar hay que sufrir. Lo valioso debe ser defendido. Por eso, cuando las palabras son necias o los peligros insignificantes, no merecen robarnos la serenidad y la alegría.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario