sábado, 7 de junio de 2025

Una sola vez

En la película Locke, el protagonista le confiesa por teléfono a su mujer que le ha sido infiel.
«Fue una sola vez», aduce en su defensa, o al menos con esperanza de atenuante para una falta cuya gravedad, por otra parte, admite sin objeción.   

Pero ese argumento intenta ser más: aseverar la insignificancia afectiva que tiene aquel desliz, en comparación con la prioridad de la familia; expresar un arrepentimiento que merecería, si no el perdón, al menos la oportunidad de ganarlo. 

Lamentablemente, ese perdón no llega. Lo sabemos en la siguiente conversación telefónica por la réplica magnífica y atroz de su mujer: «Hay una gran diferencia entre ninguna vez y una sola vez». Ínfimas o grandes, para el afecto todas son traiciones; el arrepentimiento no repara la ofensa; la franqueza de hoy no cancela la mentira de ayer. La inocencia quedó resquebrajada: se traspasó la frontera de la confianza, que suele ser de un solo sentido, que raramente tiene retorno. 

No todas las cosas muestran el mismo grado de entropía: a veces, por fortuna, una sola vez no marca la diferencia. Hay pequeños agravios, leves traiciones, tiranteces y conflictos que no calan hasta el fondo. Pero en otras ocasiones una sola vez puede abrir una brecha irreparable. Uno debe saber qué amarras corta, porque hay puertos que se abandonan para siempre.

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