sábado, 19 de julio de 2025

Déjame que te cuente

¿Por qué tenemos tanta necesidad de relatar nuestras cosas?
Porque solo existe lo que se comparte. 

Hasta ese punto somos seres sociales: únicamente lo que discurre en sociedad, entre otros y con respecto a otros, cobra verdadera entidad. 

 Al narrar nuestras vivencias nos damos la ocasión de contemplarlas fuera, de objetivarlas, de darles suficiente distancia para distinguir su perfil, para sentir su consistencia. Eso nos confiere densidad a nosotros mismos, que ahora somos algo más que una mirada: somos algo que es contemplado. Algo, además, dotado de estructura, puesto que discurre en forma de historia. 

La atención de los demás, por otra parte, es en sí una acción que transmite reconocimiento y afecto. No se atiende a lo que resulta indiferente: la escucha del prójimo nos valida. Luego nos alivia de la soledad. ¿Para qué sirve una aventura si no tiene testigos? ¿Para qué queremos una idea genial si no podemos exponerla y notar cómo es admirada? Explicar es un acto de entrega, y escuchar es un acto de amor. 

También nos amamos a nosotros mismos cuando nos escuchamos. Las palabras nos sirven para conocernos mejor. Yo escribo para saber lo que pienso: escribir es hablar con un interlocutor anónimo, y luego reencontrarme de vuelta mis palabras. Cuento, luego existo.  

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