sábado, 9 de agosto de 2025

Los hombres niños

No podemos sino amar en los demás esa vulnerabilidad,
esa ansia con la que, como nosotros, se aferran a la frágil existencia.   

Persiguiendo con ardor deseos de cosas tan efímeras como ellos, huyendo de dolores tan implacables como la propia finitud. Gozando y sufriendo con todo ello. Y sobre todo amando y anhelando amor. Por eso nos inspiran el nuestro. 

Es lo que nos conmueve en los niños: su inocencia primaria, su éxtasis permanente, su blanda entrega a la sorpresa; y, en fin, su vulnerabilidad. Con los niños podemos relajarnos, y limitarnos a quererlos; ante los adultos, en cambio, hay que estar siempre a la expectativa, porque su afabilidad es condicional y mudable. 

Sin embargo, cuando miramos con benevolencia y sin descartar la compasión, aún podemos vislumbrar en los adultos el niño que llevan dentro. Podemos imaginar cómo serían sus entusiasmos, su emoción en la noche de Reyes, su pasión por el cromo que falta en la colección, su total ensimismamiento en un juego. Y podemos hacerlo porque todo eso aún está ahí, casi siempre enmascarado, pero aflorando a veces, cuando uno confía, cuando uno baja la guardia en el acecho. Hermann Hesse hace decir a Siddharta: «Acaso la gente como nosotros nunca pueda amar. Los hombres niños sí que pueden, y este es su secreto». 

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