martes, 16 de septiembre de 2025

Amor y tiempo

Saint-Exupéry tenía razón: el amor consiste en tiempo. Ni más ni menos. 

Tiempo compartido, tiempo dedicado, tiempo dulcemente perdido. Lo más escaso, pues nuestros minutos ya están contados; lo más precioso, ya que recorrerlos es perderlos. Entregar eso, ¿cómo no va a ser una demostración de amor? Y, cuando lo prodigamos, ¿cómo no vamos a necesitar dar sentido a esa magnificencia, enamorándonos? 

Cuando uno ama, todo lo que pide es tiempo: para dedicárselo al amor, para que el amor dure. Y tiempo es lo que esperamos de quien nos ama, pues solo el tiempo es la prueba y el don de su afecto. ¿Cómo creer a quien dice querernos, si no está con nosotros, si nos escatima la presencia? Por eso los niños, que saben lo que quieren ―los únicos que lo saben, según el propio Saint-Exupéry―, no reclaman más que la atención de sus padres, y solo con ella florecen. 

La escasez del tiempo delimita el amor: lo hace urgente y frágil. Justifica nuestra exigencia y la suya. Cuando se empieza a escatimar el tiempo, el amor languidece; y al revés. En definitiva, como sucede con casi todo, es una cuestión de equilibrio: no nos hace falta mucho, sino bueno. El amor también respira y se recompone en las distancias. Pero de vez en cuando hay que volver, como dice la canción. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario