martes, 7 de octubre de 2025

Rito y sentido

Los ritos tapizan la vida de relevancia.
    

Nuestra existencia efímera y trivial, absurda y tantas veces insulsa, se inviste de profundidad gracias al rito: se transpone en poesía o canción, se impregna de sacralidad. En definitiva, adquiere significado. Al margen de que invoquen o no a la trascendencia, los ritos son trascendentes en sí mismos: son creadores de sentido. 

Por eso no podemos prescindir de ellos. Por eso necesitamos reunirnos para repetirlos. Las religiones son sistemas de mitos y ritos, y en esa capacidad para la conmoción reside su poder. Poder que comparten con otros medios fundadores de colectivos; hay quien lo aprovecha y lo explota sin miramiento. 

El ámbito de la mayoría de los ritos suele ser el pequeño grupo: la familia, los amigos, los vecinos, los compañeros de trabajo. Allí cobran su máxima intensidad, a menudo gozosa en las celebraciones de todo tipo; en ocasiones trágica, como ilustran las disputas encarnizadas (que también son ritos, repletos de pasión ambivalente) entre familias —Puerto Hurraco— o en su seno —La casa de Bernarda Alba—. Los ritos multitudinarios, que nos ensamblan con tantos extraños, proyectan su intensidad desde el simbolismo macerado en la inmediatez. El rito es el antídoto de la indiferencia, y por eso, demasiado a menudo, instaura la diferencia.

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