El poeta griego Kavafis lo cantó con belleza: sin una Ítaca esperando al otro lado del mar, no partiríamos. Lo que nos da fuerzas para enfrentar a Cíclopes, Lestrigones y hechiceras es la voz del hogar que nos convoca.
Los viajes reclaman un destino, un horizonte al que encaminarse; un proyecto que tire de ellos desde el futuro, en palabras de J. A. Marina.
Sin Ítaca no partiríamos, y por eso hay que llegar. Seamos serios: necesitamos el triunfo. Precisamos la alegría del fruto conquistado, de la singladura completada. ¿Habrían valido la pena tanta lucha, tanta angustia, tanta pérdida, sin la epifanía del destino cumplido? Y, no obstante, mejor no tener mucha prisa. Al fin y al cabo, llegar es un final: en él se cumple la satisfacción, pero también concluye su dulce expectativa. Mejor aprovechar el propio disfrute del viaje, sus esfuerzos que nos templan, sus lecciones que nos hacen más sabios ―si las aprovechamos―. La vida sucede en el camino. Así que hay que llegar, pero sin obcecarse.
Tal vez sea esa la lección más hermosa de ese viaje de viajes que es la Odisea. Nos recuerda que nuestra existencia se despliega en la aventura, pero se sostiene en el amor, o sea, el hogar. El instante es lo que cuenta, pero lo que le da profundidad es el abrazo que espera.
Muy deacuerdo. Manos invisibles son las que nos llevan a un sitio y a otro y sin un hogar en mente ya nos habríamos vuelto locos.
ResponderEliminar"Sin un hogar en mente ya nos habríamos vuelto locos". He disfrutado volviendo a copiarlo y dejando que resuene como un toque de tambor. ¿Sabes qué me ha recordado? Al Sísifo de Camus, remontando su piedra por la ladera aun sabiendo que volverá a caer. Por absurda que resulte la tarea, sin su piedra, Sísifo ya se habría vuelto loco: la piedra es el sentido, es el hogar. Gracias por la aportación.
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