Esperamos de los demás que sean como nos gustaría que fuesen. Que sepan comportarse, que sean discretos y atentos, que estén dispuestos a acompañar sin invadir y a ayudar sin imponer. Esperamos que lleguen cuando hacen falta y se vayan antes de molestar.
Esperamos muchísimo, a veces lo esperamos todo, y creemos merecerlo porque estamos convencidos de que nosotros ya lo estamos dando.
Pero lo cierto es que los demás viven en su propio mundo, que concuerda con el nuestro solo hasta cierto punto. Los demás tienen sus propios principios, sus propios deseos, sus propios criterios, sus propias perspectivas. Todos creemos saber que no hay dos personas iguales, pero a menudo hay una parte de nosotros que no se ha enterado, o que no quiere aceptarlo, que hasta se indigna por ello; hay una parte de nosotros que sigue reprochándole al mundo: ¿cómo es posible que los demás no vean esto como yo, si está clarísimo?
Y lo que está clarísimo para nosotros, nos guste o no, resulta más que dudoso para mucha gente. En realidad, todos somos extraños, y la coincidencia suele ser la excepción. Merece que lo celebremos cuando suceda, pero podríamos celebrar también, como una oportunidad creativa y fecunda, el impacto de la diferencia.

Muy de acuerdo... y eso muchas veces no sólo pasa con los demás, sino con nosotros mismos. Es difícil comprendernos a nosotros mismos y tener claro quienes somos. Quizás sea absurdo intentarlo. Hecho que nos lleva a comprender la famosa frase socrática del "conócete a ti mismo" de otro modo muy distinto y extraño, casi bordeando lo paradójico.
ResponderEliminarSí que hay algo paradójico en el "Conócete a ti mismo". Para empezar, ni siquiera está claro quién soy "yo mismo". Conocer es, en sí, una tarea interminable, contradictoria y dudosa. Pero no por ello me parece absurda, todo lo contrario. Como en casi todo, aquí importa más el viaje que la llegada. Uno se va encontrando sin darse cuenta en lo que hace para encontrarse, en el viaje a esa Ítaca a la que nunca llegará. Hay que lidiar con las paradojas no para resolverlas, sino para realizarse en la lucha.
EliminarEste asunto siempre me recuerda aquella espléndida parábola del canto del pájaro. La recoge Anthony de Mello en uno de sus libros. El Maestro dice a sus discípulos: "Dios (leámoslo aquí como "la Verdad" o "la Vida") es el Desconocido y el Incognoscible. Cualquier afirmación acerca de él no será más que una distorsión de la verdad". Los discípulos, perplejos, le preguntan: "Entonces, ¿por qué hablas sobre Él?". El Maestro se limita a replicar: "¿Y por qué canta el pájaro?"
Déjame ponerme chiquismicris a nivel lógico, pero me ha gustado la paradoja esta: "Dios es el desconocido y el incognoscible. Cualquier afirmación acerca de él no será más que una distorsión de la verdad".
ResponderEliminar¿No estamos ante una afirmación contradictoria al estilo de la falacia del mentiroso? Me parece que sí, al menos si podemos reescribirla tal que así: "Dios es, por definición, una verdad que no se puede conocer, por lo tanto ninguna afirmación sobre Dios puede ser verdadera."
Como he dicho me parece del mismo tipo que "esta frase es mentira". O bien "la verdad no existe". Y cosas por el estilo.
En cualquier caso, ¿por qué a la gente nos gusta tantas veces debatir sobre cosas completamente paradójicas, es decir, que en el fondo no nos llevan a nada simplemente porque es imposible que lleguen a nada por esa naturaleza contradictoria suya?
Sin embargo, en el tema del "conócete a ti mismo" lo veo algo distinto. Cuando entiendes que "conocer" es construir, crear, moldear... te tomas la frase de un modo radicalmente distinto.
¡Totalmente de acuerdo! La afirmación del cuento expresa una paradoja equivalente a la de la falacia del mentiroso. Y, en efecto, "conocerse a uno mismo" no alude propiamente a conocerse (¿falacia del autoconocimiento?), sino solo a intentarlo, a "cantar" como el pájaro, para ir encontrándonos (casi sin darnos cuenta) por el camino. "Encontrándonos" en el sentido que traduces acertadamente: "construir, crear, moldear"... Coincido contigo en que este tenía que ser el sentido en que lo recomendaba el Oráculo de Delfos, y el mismo en que lo usaba Sócrates.
Eliminar