Cuando el afecto discute, suele ser para ponerse a prueba. El cariño es siempre algo improbable y frágil, y quiere confirmarse sin cesar, comprobar que sigue ahí y no nos ha abandonado.
El tema es lo de menos: unos calcetines por el suelo, un tópico sobre política, un retraso a la hora de cenar… Lo que realmente le importa al amor está detrás: ¿me quieres lo bastante como para colaborar en mi orden? ¿Me respetas lo bastante para evitarme tu retraso? ¿Será nuestro cariño más fuerte que nuestras diferencias? La tarea del encuentro se acrisola reiterando esos tanteos, en los que nos jugamos tanto.
Pero, precisamente porque son decisivos, nos conviene afrontarlos con serenidad, con sentido común y con humor. Si el acuerdo se resiste, tal vez mejor reír. Porque los acuerdos son siempre provisionales, siempre quedarán opiniones divergentes. Cuando brota la risa se pone a la persona por encima de todo lo demás; se reconoce lo trivial que es casi todo, si anda en juego el afecto. No es que la opinión no cuente: si no compartimos lo esencial de nuestras posturas ante la vida, ¿qué nos une? Y no es que no importen el orden o la puntualidad. Pero, más que en sí mismos, incumben en la medida en que rubrican la nota al pie a nuestras ramplonas disputas sobre calcetines o destiempos.
Es increíble pensar, y observar, como el amor y el afecto se alimenta como un fuego de un montón de "tonterías" ligeras y graciosas... ¿será el amor una tontería imprescindible?
ResponderEliminarPor supuesto que lo es. Una tontería sagrada que ilumina y salva. Los niños lo saben bien, y por eso viven jugando ("locos bajitos", los llamaba Gila). La tontería del amor -como la del humor- es un asunto muy serio.
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