«Solo el amor convierte en milagro el barro», canta Silvio Rodríguez. Solo el amor justifica el esfuerzo de sacar lo mejor de nosotros mismos. Sin angustias ni grandilocuencias, sino con la naturalidad del día a día, ese territorio donde se juega lo importante. El amor no nos necesita extraordinarios, sino naturales; incompletos y humildes, pero exigentes.
Ser amados procura todo el sentido que requiere una vida. Amar aporta todo el proyecto. Por los que amamos vale la pena persistir, ser fuertes, inventar el coraje que no tenemos. Cada batalla de la vida tiene que defender el amor, o está condenada a la trivialidad. Cada tentación de claudicar merece ser superada por el trabajo del amor. Tagore solo pedía una sentencia en su lápida: «He amado».
Así que olvidémonos un poco de nosotros mismos: de nuestras vanas pretensiones, de nuestros desánimos y nuestras angustias; y centrémonos en lo que podemos hacer por los demás. Por quienes queremos y por quienes podríamos querer, con ese amor amplio y generoso hacia la humanidad entera, que los griegos llamaban ágape. No se puede no amar, si uno abre los ojos y contempla cuánto nos parecemos todos, hasta qué punto compartimos las hambres y las dichas.
El amor hace muchas cosas, y no todas buenas. Por amor también odiamos
ResponderEliminarTe agradezco que aportes esa acotación realista a mi canto un poco ingenuo... Todo lo humano tiene luces y sombras. Y, como dices, del amor al odio a veces solo hay un pequeño salto (lo cual hace pensar que quizá vayan de la mano y no exista el uno sin el otro). Pero si hay que elegir algo, en ese desbarajuste al que llamamos vida, que sea el amor.
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