Los psicólogos llaman recursos a lo que solemos llamar fuerzas. Nuestras fuerzas o recursos, mal que bien, se las van arreglando con los embates cotidianos. Hay días fáciles que transcurren como un plácido arroyo, arremansándose aquí o saltando una piedra por allá, sin mayores sobresaltos; otros nos restriegan por el fondo, rigurosos como un torrente turbulento: esfuerzos tras los cuales esperamos, al menos, dormir mejor.
Pero hay desafíos que ponen contra las cuerdas, que nos llevan más allá de nuestras fuerzas. Para esas situaciones que «desbordan nuestros recursos», los psicólogos han inventado la fea palabra estrés. Se suele sobrevivir al estrés, pero siempre pagando un precio: en la salud, que se resiente, recordándonos que la fragilidad siempre queda cerca; en el ánimo, que se agobia, enfrentado a la incertidumbre de lo excepcional.
Solemos ser capaces de sobrevivir al estrés, pero quizá tras él tengamos que detenernos por un tiempo para rehacernos, o para asumir que hemos envejecido. La vida desgasta siempre, pero en esos episodios puede apropiarse parte de nosotros. Dicen que el actor y bailarín Donald O’Connor necesitó internarse un mes en una clínica para reponerse de la filmación de una escena. La excelencia suele cotizarse cara: antes de endeudarnos, conviene hacer cuentas.
Interesante
ResponderEliminarQuizá el peor de todos es el estrés que nos generamos nosotros solitos con nuestra auto exigencia
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