A menudo hay algo histriónico en la angustia. Es como el ruido tras el que enmascaramos un silencio que nos dejaría expuestos a ese interno rumor que nos delata, como aquel corazón que atormentaba a Poe tronando en las terribles cavernas del remordimiento.
Pongamos la demasía del reproche. Los que insisten en hacernos responsables de su dolor se ensañan con nosotros para no reventar de desesperación. El que ama no necesita avasallar; el que es amado no necesita culpar; el que se ama a sí mismo no precisa envenenarse de odio. Cuando hay amor, con él basta; cuando falta, nada nos calma. A veces se devora para distraer un hambre imposible de saciar. Tal vez sea que el dolor no soporta estar solo, y, cuando no encuentra aliados, se entretiene en concebir, al menos, verdugos. Y, por increíble que parezca, siempre pueden encontrarse: basta con poner en juego la culpabilidad. La angustia convoca elencos para sus retorcidas farsas: a veces, el único modo de salvarnos es desistir de salvar.
Los excesos delatan las fracturas del alma. El lamento morboso por lo que nos falta puede encubrir un deseo desbordado en avidez. El egocéntrico, incapaz de amar, se queja de no ser amado. Nada nos persigue con más saña que aquello que tememos.
"Sartre llegó a preguntarse si todas las relaciones son sadomasoquistas" Siempre tan desagradable Sartre. Todo en él me parece desagradable.
ResponderEliminarA veces hay que leer en otro lo que hemos escrito, como si no fuese nuestro, para cobrar conciencia de nuestros disparates. Te agradezco que hayas copiado mi frase: al verla en tu comentario me ha puesto los pelos de punta. Ni Sartre escribió esas palabras, ni hacen justicia a su mensaje sin el adecuado contexto. Así que he reescrito todo el párrafo, que ahora, además, me parece que se aviene mejor con la intención del artículo. Un cordial saludo.
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