Hay que andar muy alerta con los victimismos. Existen víctimas, y muchas, y en todas partes: siempre que el poder se impone al pacto y al respeto. Nuestra sociedad consagra el sometimiento de inmensas mayorías.
No disfruto con las películas de terror, por más que los monstruos sean de goma y la sangre de mentira.
Los ritos tapizan la vida de relevancia.
Las tradiciones son felices por lo que tienen de testimonios de la ocurrencia colectiva. Como cualquier otro uso, como la lengua o la forma de vestir, son amenos regalos de las generaciones pasadas. Sin embargo, hay buenas razones para ser precavidos con ellas.
Las convicciones colectivas funcionan como verdades aunque no lo sean. De hecho, a una masa enardecida no le interesa la verdad, porque ya cree tenerla. Su dogma posee la densidad numérica de la multitud, la más potente fuerza social que puede haber: la que acoge y guarece en el abrazo del rebaño.